Cuento Corto - Un elefante para mascota

Era una tarde soleada en la sabana africana cuando el pequeño Ahmed salió de su choza y se apresuró a tomar las tinajas para traer agua sobre sus hombros, por el mismo camino que todos los días hacía para ir al estanque a cinco kilómetros de su casa. Apenas había dado unos pasos cuando escuchó a su hermanita gritar su nombre y volteo para verla salir de la choza de la mano de su madre.

- ¿Qué ocurre Sharid?
- Ahmed. ¿De camino por el agua, puedes llevar a tu hermana con el Doctor?
- Claro Madre. Pero no la podre esperar, tendré que dejarla y volver después por ella. ¿Está bien?
- ¡Sí! ¡Excelente! Así podré jugar con los hijos del Doctor – Exclamó feliz Sharid
- Vamos entonces... ¡Camina latosa!

Ahmed era un niño muy maduro para sus ocho años. La vida en la sabana no era fácil y desde que su Padre no estaba, él se había hecho cargo de las cosas en su casa y procuraba siempre estar al pendiente de todo. Se decía que a su padre lo habían secuestrado los traficantes de diamantes para tenerlo como esclavo. Una vez oyó a un hombre decirle a su Madre que lo habían visto en uno de los puertos de la ciudad cargando bultos en un barco. Un niño de una aldea vecina le contó que había visto un camión lleno de hombres atrapados llevados por muchos hombres blancos con rifles en las manos.

Él no sabía cuál era la verdad y no le importaba. Lo que él sabía era que su Padre no estaba, y que como muchos otros hombres de su aldea simplemente había desaparecido. Su Madre necesitaba ayuda y era él quien tenía que dársela. Iba pensando en esto cuando llego al hospital que habían construido los misioneros el año pasado. Igual que su hermana, él también disfrutaba jugar y divertirse ahí, sobre todo con los dos hijos del Doctor, pero eso fue antes de tener que ser hombre.

- ¡Doctor Fernando! – grito Ahmed con todas sus fuerzas al ver apenas el techo de lámina del pequeño hospital.

Sharid corrió hacia ese lugar apenas reconoció el edificio y entró en el mismo gritando los nombres de sus amigos.

- ¡Buenas tardes Ahmed! – gritó un hombre de edad media, blanco gordo y alto mientras salía del edificio saludando con la mano al pequeño niño.
- ¿Cómo está Doctor? ¿Puede quedarse Sharid mientras voy por agua?
- ¡Claro! No te preocupes por ella. Sabes que a Ricardo y Sergio les gusta mucho jugar contigo y tu hermana.

Ahmed asintió con la cabeza, sacudió la mano en señal de despedida, dio media vuelta y siguió su camino al estanque, cuando un niño de su edad que le gritaba lo alcanzó corriendo.

- Le pedí a mi papá que me deje ir contigo al estanque
- Me alegro Ricardo. Siempre es buena la compañía. Así podrás vigilar que no vengan los leones mientras yo lleno las tinajas.
- ¡Ya no me asustas con los cuentos de los leones Ahmed! Ayer le pregunté a unos documentalistas sobre las historias que me has contado y me dijeron que no eran posibles en esta región.
- Pero no te confíes de lo que ellos dicen porque muchas veces los leones los han mordido también. Eso me contó mi mamá.

La cara de Ricardo demostró que dudo por la respuesta tan directa de Ahmed, pero aun así pensó que, si ya lo había asustado antes, quizás también lo hacía ahora.

Caminaron en silencio mientras Ricardo jugaba con un palo y Ahmed seguía cargando las tinajas que colgaban sobre sus hombros, así cuando llegaron a la orilla del estanque ya era tarde y tenían que darse prisa para regresar con luz al hospital. Ricardo disfrutaba de ir ahí porque siempre veía muchos animales reunidos. Incluso aquellos que sabía eran enemigos. Esa era una zona de paz y eso le gustaba mucho.

- Vigila mientras lleno las tinajas. No pierdas de vista la maleza. Ahí es donde se esconden los grandes gatos. Y no te acerques a la orilla del agua por que los hocicones siempre salen a atrapar a sus presas ahí.

-      - ¡¿Hocicones?! Ya te dije que se llaman Cocodrilos.
-      - Como sea no te acerques porque te comerán si pueden.

Ricardo sentía que a veces Ahmed a pesar de ser su amigo, se pasaba de bromista con él y era demasiado presumido diciéndole que podía hacer o no. Cierto era que desde que su papá no estaba, Ahmed se había hecho casi tan aburrido como los adultos, pero era su amigo y lo quería mucho.

Ricardo vio un movimiento en el agua así que se acercó para averiguar que era, paso a paso camino hacia la orilla tratando de ver a través del agua sucia. Un segundo después tuvo que saltar hacia atrás al momento que veía como el agua saltaba por todos lados mientras un enorme cocodrilo asomaba sus fauces persiguiendolo. Ricardo sintió un vuelco en el corazón por el susto y sus pies parecían tener mente propia porque corrían más rápido de lo que él lo pensaba, mientras el enorme reptil trataba de alcanzarlo, abriendo y cerrando sus enormes mandíbulas.

Ahmed gritaba y corría tratando de alcanzar a su amigo antes que el animal lo hiciera, cuando se quedó quieto sin saber que hacer por la sorpresa de lo que veía. Ricardo sintió que topaba con un gran árbol en la espalda y creyó que ya no tenía escape, cuando sintió que el árbol se movía detrás de él y le pasaba, por un lado.

Un elefante joven como de dos metros de alto, llevaba un tronco en la tropa a manera de un gran mazo y lo azotaba una y otra vez contra el reptil haciéndole entender que era más seguro regresar al agua y escapar de la furia de aquel loco paquidermo. Los dos niños se quedaron inmóviles y viendo aquel elefante en búsqueda del depredador y voltearon a verse uno a otro...

- ¡¡Es un elefante!! - Dijo sorprendido Ricardo
- Si eso es. – confirmó Ahmed en un tono también de sorpresa– Pero… ¿De dónde salió y qué hace aquí solo? Este no es territorio elefante.
- ¿Y eso que importa? ¡Acaba de salvarme la vida!
- ¡Y no puede quedarse aquí porque corre peligro! – Ahmed recordó lo que le había contado su padre acerca de los peligros para los animales jóvenes cuando se quedan solos cerca de estanques en la noche. - Ya te salvó la vida, ahora debemos salvar la suya. Hay que llevarlo al hospital.
- ¡Ah claro! ¡Qué cosa tan fácil! ¿Y dónde viste su correa para llevarlo con nosotros como si fuera un perro?
- Pues podemos llevarlo de la trompa…
- ¡La trompa es su nariz no una correa Ahmed!
- ¡Ya lo sé, No soy tonto! Pero una vez vi como lo hacían los misioneros. Quizás funcione.

Ahmed tomo un poco de hierba y lo ofreció al elefante que se veía más tranquilo una vez que el lagarto se había ido y poco a poco salió del agua caminando hacia los niños y tomo complacido la hierba que le ofrecían.

- ¡¡Wow!! Lo está comiendo…
- Y ahora pásame ese palo junto a ti.

Ricardo le acercó a Ahmed el palo y vio sorprendido como su amigo lo daba al elefante y este lo tomaba con la trompa, mientras caminaba unos pasos hacia atrás donde había dejado sus tinajas con agua y enseguida le pidió a Ricardo que lo alcanzara.

- Vas a hacer exactamente lo que te diga. Ahora montaras un elefante.
- ¡¿Qué voy a que…!? ¿Y cómo vas a lograr que el Acepte que lo monte?

Ahmed tomó otro poco de hierba y se lo dio al animal mientras con el palo le tocaba levemente la cabeza hacia abajo. Parecía que se entendían por qué de inmediato se echó sobre sus cuatro patas quedando al nivel de la altura de los niños.

- Ahora sube a su lomo Ricardo. Te voy a pasar las tinajas para que las lleve junto contigo. Yo guiaré hasta al hospital.
- De acuerdo. ¿Pero estás seguro que no pasara nada? ¿No me tirara una vez que se haya levantado?
- Estoy seguro. Confía en mí.

Una vez que se acomodó Ricardo en el lomo del elefante los niños emprendieron el viaje acompañados de su nuevo amigo y avanzaron rápidamente gracias a que el paso del animal les ayudaba a ir más ligeros por lo que la distancia entre el hospital y el estanque les tomó solo unos minutos. Cuando estaban a tan solo unos cien metros de su destino Ricardo comenzó a gritar lleno de emoción.

-¡Papá! ¡Ya llegamos! ¡Ven a ver lo que traemos!
- ¡Cállate Ricardo! Con esos gritos hasta los Wapiti en las montañas te oirán
- Eres un aburrido Ahmed, ya no te diviertes con nada.

Ahmed bajo la cabeza y se puso triste con el recuerdo de su padre, y entonces el elefante le puso la trompa rodeándolo por los hombros como si entendiera lo que sentía. Ahmed volteo a verlo y noto un gran ojo que lo observaba con ternura, y por un momento creyó ver la mirada de su papá como cuando jugaba con él, pero desechó aquella idea porque pensó que era tonto.

Sharid salió corriendo del hospital seguida de Sergio el hermano de Ricardo y ambos niños se quedaron quietos por la sorpresa de ver aquel animal al lado de sus hermanos, mientras el Dr. Fernando ayudaba a Ricardo a bajar de su lomo escuchando el maravilloso relato de la reciente aventura de su hijo.

- Me parece – Dijo el Dr. – Que el animal debe estar perdido y que es necesario ayudarlo a regresar con su manada.
- ¿Pero podemos quedarnoslo papá? – Preguntaron al mismo tiempo Ricardo y su hermano Sergio
- Me temo que no tenemos jaulas para animales como este. Tendremos que avisar a los guardabosques para que vean que pueden hacer por él.
- ¿Seguro que no lo llevaran a algún zoológico Dr.? – pregunto preocupado Ahmed
-¡Si papá, eso pueden hacer, mejor que se quede con nosotros!
- No lo sé, creo que lo mejor sería avisarles de cualquier forma.
- Yo pienso llevarlo esta noche a casa, puedo meterlo en el corral que mi papá construyó el año pasado – afirmó Ahmed con toda la seguridad que pudo, pues después de haber sentido esa mirada no quería separarse de su nuevo amigo y presentía que el animal también quería irse con él.

- ¡SI! ¡Yo quiero montarlo como lo hizo Ricardo! – grito emocionada Sharid.
- Ya es tarde y casi no hay luz. Ahmed si crees poder llevarlo hasta tu casa como lo hiciste hasta aquí, me parece que lo mejor es que se lo lleven y no se arriesguen al ataque de algún animal. Mañana veremos qué hacer. - afirmó el papá de Ricardo y todos los niños sonrieron contentos al saber que el elefante estaría cerca de ellos.
- Bueno entonces sube Sharid que ya nos vamos- Fue todo lo que dijo Ahmed y le dio nuevamente un toque en la cabeza al elefante para que se agachara y su hermana pudiera montarlo

Cuando llegaron a su casa Ahmed le contó a su madre con todo detalle lo que había ocurrido, incluyendo lo que había sentido cuando el elefante lo abrazo con la trompa y mirado con ternura. Ella vio al elefante comer dentro del corral cuando alzó la mirada y levantó la trompa lanzó su característico sonido en un tono que se podría decir era de alegría. La mama de Ahmed sonrío y suspiro profundamente, su mirada le permitió saber a Ahmed que aprobaba su decisión y que su elefante se quedaría con ellos.

Esa noche Ahmed durmió profundamente, como no lo había hecho hacía mucho tiempo y soñó que jugaba con su padre y se divertían y reían mucho, pero en un momento su padre se quedó quieto y con la cara triste

- ¿Qué te ocurre Papa?
- Ahmed en el futuro no podrás verme más. Pero que no me veas no significa que no estaré contigo. Te prometo que siempre estaré a tu lado. Y debes prometer no estar triste, ni olvidar que eres un niño y que como tal debes jugar, divertirte y aprender muchas cosas para que puedas vivir plenamente tu vida y disfrutar cada momento al máximo.

Después su papá se dio la vuelta y comenzó a caminar alejándose hasta perderse en una nube gris delante suyo. Ahmed corría y gritaba pidiéndole que no se fuera y regresara, pero se detuvo cuando la nube se convirtió en aquel elefante que había salvado la vida de Ricardo y lo vio guiñar un ojo y sonreír. En ese instante y con ese pensamiento en la mente Ahmed despertó sobresaltado y con la respiración acelerada. Se levantó, salió de la casa y se dirigió al corral donde estaba el pequeño y joven elefante.

- Te llamaré Vevo. Desde hoy vivirás con nosotros y te cuidare mucho. ¡Ya lo veras! - Al tiempo el niño volteo al cielo y observo una estrella que brillaba más que las demás lo que sintió como un mensaje para él y sonrío como no lo había hecho en meses
- Papá gracias por estar conmigo. Te prometo que viviré mi vida y no olvidaré tus palabras. - Cuando regresaba a su casa se encontró con su mamá en la puerta, la abrazó, le dio un beso y le dijo que la amaba.
- Soñé a tu Padre, Ahmed y creo que él te mandó a ese pequeño elefante a cuidarte. Así que no olvides que ahora es tu responsabilidad también, pero sobre todo no olvides lo que realmente es importante en la vida
- No Madre. No lo haré. Te lo prometo.

Desde ese día Ahmed volvió a jugar y reír y divertirse. Acudía todos los días a la escuela con el Dr. Fernando y siempre iba montado en Vevo a todos lados. Por supuesto no dejó de ayudar a su mama en todo lo que podía, pero ahora procuraba aprovechar cada día y no olvidar que aún era un niño y sobre todo procuraba ser feliz y hacer felices a los que le rodeaban.

Y bueno, quizás se preguntarán ¿Cómo sé todo esto? Y ¿Por qué se los platico?

Bueno pues simplemente porque yo estuve ahí, yo lo viví… Y quizás después, si aprenden a disfrutar y hacer que valga la pena vivir cada día y procuran aprender siempre algo nuevo, les cuente más de las aventuras que hemos vivido mis amigos Ahmed, Ricardo y Yo, Vevo.

-------------     FIN    -------------

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